La globesidad es un problema de salud pública mundial potencialmente mortal y generalizado, en tanto afecta múltiples grupos sociales, en especial a aquellos en condiciones de vulnerabilidad como los niños y las familias de bajos ingresos. 

En 2001, la Organización Mundial de Salud (OMS) acuñó el término ‘globesidad’ para referirse a una epidemia de obesidad creciente que causa enfermedades graves y se identifica como un problema de salud pública mundial. Esto se ve reflejado en el aumento acelerado de las cifras, en tanto pasamos de 200 millones de adultos obesos en 1995 a 650 millones en 2016, junto con casi 2.000 millones de adultos con sobrepeso equivalente al 39% de la población mundial (OMS, 2020). Es así como este término es utilizado de manera crítica, para discutir las diversas cuestiones inmersas en las dinámicas propias de la globalización y las consecuencias del incremento de disponibilidad de alimentos ultraprocesados. Precisamente, debido a que según un informe de la OMS la obesidad se relaciona con el suministro de energía alimentaria en todo el globo, pues entre 1971 y el 2010 la oferta de calorías creció en el 81% de los países (Vandevijvere, Chow, Hall, Umali, y Swinburn, 2015).

La ‘globesidad’ también ha sido definida como una herramienta de biopoder y de “muerte lenta” al presentarse como una enfermedad endémica en los países desarrollados y subdesarrollados, que conlleva a la pérdida de agencia y soberanía de los estados para desarrollar sus propias políticas alimentarias (Berlant, 2007). Por otro lado, desde una perspectiva crítica, la globesidad es también definida como un problema de justicia social debido a los efectos inequitativos que tiene sobre poblaciones de bajos recursos. Por tal motivo, se inserta como un problema en el que la economía política tiene un papel fundamental, en particular debido a las políticas de suministro y distribución de alimentos, en relación con las cuales los intereses de las multinacionales y el sector privado suelen entrar en conflicto con los de los consumidores (Taylor 2018).

Ahora bien, históricamente, hubo un punto de inflexión en el desarrollo de la obesidad concebida como un problema de carácter global. Después de la Segunda Guerra Mundial se dio una producción acelerada de aceites vegetales como el de soya, maní, canola, palma y girasol. Este giro en el sector agrícola constituye uno de los principales factores propulsores de cambio en los patrones alimenticios en el mundo (Hansen-Kuhn et al, 2012). Básicamente, la agricultura fue importante en el proceso de globalización, en tanto cambió las reglas de apertura comercial (Hansen-Kuhn et al, 2012) y como consecuencia, creció el intercambio de productos entre países (Hawkes, 2006). Ese cambio se vio en el tránsito de la industria fordista de alimentos (caracterizada por la producción nacional, centralizada, el consumo masivo, y el Estado de bienestar), que entró en crisis en los 1980 y le dio paso a un nuevo régimen alimentario que vino de la mano del posfordismo, extendiendo la acumulación de capital en la producción de alimentos a escala global, y cambiando las formas de consumo. Así, ese nuevo régimen alimentario pasó de tener implicaciones nacionales a ser un “proyecto político global” (Otero, 2013).

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Esto hizo que las naciones menos desarrolladas tuvieran acceso al mismo “régimen occidental”, con los mismos productos industrializados que se pueden encontrar en los países desarrollados (Popkin, 2006). En resumen, el mundo entero comenzó a alimentarse con el mismo tipo de alimentos – prácticos, empaquetados, baratos y de fácil acceso y distribución- elaborados por las mismas marcas multinacionales. El mejor ejemplo para ilustrar este tipo de alimentos son los productos congelados que suelen venderse a bajo precio y que contienen una cantidad astronómica de conservantes, sal, grasa y azúcar. No sólo los grandes productores de comida rápida dominan los frigoríficos de los “ciudadanos del mundo”, sino que también las cadenas de supermercados, principalmente norteamericanas, están adquiriendo una nueva hegemonía y están ampliando sus centros comerciales en todos los continentes.

Es vital  examinar esta problemática desde un concepto teórico fundamental en la Economía Política Internacional: la globalización neo-liberal, la cual obliga, de alguna u otra forma, a los países en vía de desarrollo a adoptar prácticas de interdependencia económicas que son totalmente asimétricas (Veeramani, 2014). México es un claro ejemplo de cómo un país subdesarrollado queda en desventaja a la hora de establecer acuerdos comerciales con una potencia. Antes de que México firmara el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TLCAN -en español- y/o NAFTA, por sus siglas en inglés), se caracterizaba por su economía proteccionista. En ese entonces, su gasto era de 1.8 billones de dólares en importaciones de comida, pero en 2011, casi 20 años después de la formalización del acuerdo, el valor de las importaciones —de principalmente alimentos ‘obesogénicos’—, incrementó a 24 billones de dólares (Siegel, 2016). Por otro lado, la apertura económica aceleró la Inversión Extranjera Directa e incentivó la expansión de multinacionales, las cuales absorbieron las empresas locales y hegemonizaron el mercado (Hawkes, 2006). Wal-Mart y 7- Eleven son algunos ejemplos de la expansión de supermercados que subsiguió al NAFTA.

Conjuntamente, la talla de los mexicanos también ha crecido sorprendentemente. En los años 80, el 7 % de ciudadanos padecía de obesidad. Para 2016, según cifras del Instituto de Evaluación y Mediciones de Salud de la Universidad de Washington, el 20% de mexicanos ya eran catalogados como obesos. Como bien lo expresa el experto Timothy Wise en el artículo citado del New York Times: “el sueño de formar parte de una economía moderna resultó fallido. Lo único en lo que México se convirtió en un país del ‘primer mundo’ fue en términos de su dieta” (Jacobs & Richtel, 2017).

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Es importante enfatizar que el factor socioeconómico entra a jugar un papel vital. Las personas de bajos recursos no solo prefieren los productos baratos, sino que, por lo general, cuentan con un nivel bajo de educación y tienen menor acceso a la información relacionada con lo que implica llevar un estilo de vida saludable (Żukiewicz-Sobczak et al, 2014).

Los expertos en salud pública dan por sentado que la obesidad no es un problema individual, sino que existe en un entorno obesogénico (Hansen-Kuhn et al, 2012), en el que la “liberalización de la agricultura” (Hawkes, 2006), la globalización, las grandes cadenas de supermercados, los productos ultra calóricos y la urbanización, son elementos causales. Los Estados, los organismos internacionales, las multinacionales, medios de comunicación y la publicidad con sus discursos masivos, así como los individuos, son actores en juego, todos con intereses distintos y roles muy importantes. La globesidad no es un problema que pueda abordarse desde un solo nivel de análisis, ni desde una única perspectiva teórica; hacen falta puentes metodológicos y prácticos, así como una intervención articulada entre la esfera pública, la privada y la comunidad internacional.

Referencias

Berlant, L. (2007). Slow Death (Sovereignty, Obesity, Lateral Agency). Critical Inquiry, 33(4), 754-780.

Hansen-Kuhn, K., Wallinga, D., Clark, S.E, et al. (2012). Exporting obesity: US farm and trade policy and the transformation of the Mexican consumer food environment. International Journal of Occupational and Environmental Health,18(1), 53-64.

Hawkes, C. (2006). Uneven dietary development: linking the policies and processes of globalization with the nutrition transition, obesity and diet-related chronic diseases. Globalization and Health, 2(4), 1-18.

Jacobs, A., & Richtel, M. (2017). El TLCAN y su papel en la obesidad en México. The New York Times. Accessed in : https://www.nytimes.com/es/2017/12/11/espanol/america-latina/tlcan-obesidad-mexico-estados-unidos-oxxo-sams-femsa.html

Organización Mundial de la Salud. “Obesidad y sobrepeso”. OMS web page. Accessed April 2020 in: https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/obesity-and-overweight

Otero, G. (2013). El régimen alimentario neoliberal y su crisis: Estado, agroempresas multinacionales y biotecnología. Antípoda Revista de Antropología y Arqueología, 17, 49-78.

Popkin, B. M. (2006). Technology, transport, globalization and the nutrition transition food policy. Food Policy, 31(6), 554-564.

Siegel, A. D. (2016). NAFTA Largely Responsible for the Obesity Epidemic in Mexico. Washington University Journal of Law & Policy, 50, 195-226.

Taylor, M. (2018). The Obesity Epidemic. Why a Social Justice Perspective Matters. London: Palgrave Pivot.

Vandevijvere, S., Chow, C. C., Hall, K. D., et al. (2015). Increased food energy supply as a major driver of the obesity epidemic: a global analysis. Bulletin of the World Health Organization, 93, 446-456.

Veeramani, S. (2014). Political Economy of Globalization: International Business Perspective. In Farooqi, R., Siddiqui, S. (2014). Management Challenges for New Era: Strategies for Success (318-325). New Delhi: Exel India. 

Żukiewicz-Sobczak1, W., Wróblewska-Łuczka, P., Zwolinski, J. (2014). Obesity and poverty paradox in developed countries. Annals of Agricultural and Environmental Medicine, 21(3), 590-594


Jessica Klötzli

Özlem Ince

Alexandra Pérez

Catalina Sánchez Montoya

Milena Sarralde

Matthieu Volet

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