La información ha existido desde el principio de los tiempos, no obstante, la posibilidad de conocerla nunca había sido más sencilla. El desarrollo tecnológico ha sido el principal promotor de este creciente flujo de datos, sin embargo, es dable preguntarnos si ¿toda la información disponible permite producir el conocimiento necesario para la toma de decisiones?

La información juega un papel central en la política y la economía. De hecho, la información se refiere a cualquier narrativa, hecho u opinión que se comunique a un individuo o un grupo, en forma de imágenes, textos, discursos, entre otros. El término también se refiere a cualquier conjunto de datos dotados de significado y ubicados en un contexto. A menudo, los datos se difunden a través de los medios de comunicación tradicionales (como los periódicos) o los “nuevos” medios (como las redes sociales digitales) y estos son analizados por politólogos, economistas, entre otros actores. Con frecuencia, esta información tiene efectos en lo que las personas piensan y hacen con respecto a sus elecciones políticas y económicas. En consecuencia, podemos decir que la forma en que estamos informados gracias a los medios tiene implicaciones teóricas y prácticas en nuestra vida cotidiana.

Ahora bien, es preciso señalar que en el campo de los estudios internacionales, existen diferentes perspectivas en relación con lo que significa “información”. Por un lado, para los liberales, la información ha jugado un papel central en sus formulaciones teóricas, especialmente en la variante institucionalista. De hecho, para estos, la cooperación es un juego que ocurre o no según las condiciones de falta o abundancia de información (Moravcsik, 2011). Por otro lado, la teoría de los regímenes desafía la noción totalitaria de anarquía, ya que argumenta que la creación y la adopción de un conjunto de reglas por parte de los Estados, mitiga la incertidumbre y reduce la asimetría de información entre los actores (Haggard y Simmons, 1987). Más específicamente, dentro del área de la Economía Política Internacional (EPI), un enfoque para abordar el tema de la información son las cuatro estructuras de Susan Strange. Entonces: i) la producción y el comercio, ii) el dinero y las finanzas, iii) la seguridad y iv) el conocimiento y la tecnología constituyen redes complejas que forman la base de la economía política internacional (Strange, 1994).

En tal sentido, la estructura de Strange sobre “conocimiento y tecnología” es una aproximación analítica que permite abordar el trinomio de la digitalización, los medios de comunicación y la información. De hecho, la combinación del conocimiento y la tecnología se traduce en una fuente de riqueza y poder para quienes las usan de manera efectiva (Strange,1994). La difusión de la tecnología de la información y las comunicaciones ha impulsado, por ejemplo, la industrialización en los países emergentes y ha dado poder a los ciudadanos que viven bajo regímenes autoritarios. En otras palabras, los medios de comunicación son, sobre todo, un reflejo de las relaciones internacionales de poder, tanto políticas como económicas; por lo tanto, no es extraño que los medios de comunicación occidentales, principalmente los medios angloamericanos determinan “gran parte de lo que aparece en las páginas de los medios internacionales de todo el mundo” (Marthoz, 2006).

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Desde otra arista, es menester agregar que el debate sobre el tipo de información que deambula por los medios, se comprende mejor desde la discusión teórica que mantienen los liberales pluralistas y los marxistas. Los primeros perciben a los medios como plataformas democráticas que informan a la ciudadanía y “auditan” a aquellos que ostentan el poder. En contraste, los marxistas creen que los líderes de los medios conforman parte de la élite del poder, junto con políticos y empresarios (Lisle, 2009). En este sentido, es dable preguntarse si los productos mediáticos que se difunden por los “nuevos medios”, como Facebook o Twitter, son un síntoma de la “democratización de la información” o sólo reflejan un cambio en las relaciones de poder. Este enfoque combina entonces las esferas económica y política preguntándose por quién tiene la capacidad de producir el contenido y de elegir quién tiene acceso a él. No es de extrañar que algunos consideren que una organización con tal influencia puede suponer una amenaza. De hecho, al prestar servicios que tradicionalmente son públicos, se está produciendo un nuevo poder mediático privado, que puede influir en los poderes políticos o económicos.

En el panorama actual, la internet, los teléfonos celulares y las aplicaciones como Facebook, Twitter y demás redes sociales han hecho la diferencia en lo que respecta a transformaciones sociales, políticas y económicas (Howard y Hussain, 2013). Los medios digitales se han convertido en una de las estrategias más poderosas para los movimientos sociales que pugnan por cambios en el statu quo. Pensemos, por ejemplo, en lo que representó la Primavera Árabe: una “avalancha” transnacional de base digital que trastocó los andamiajes políticos y económicos de varios países en Medio Oriente. No es casualidad que después de aquella coyuntura, se empezase a popularizar el término “efecto Al Jazeera” para describir el impacto de los nuevos medios digitales en la política global, gracias al manejo que le daban a la información.

Otro ejemplo concreto sobre de qué manera la difusión de la información en los medios de comunicación tiene implicaciones políticas y económicas es el Brexit. La prensa del Reino Unido, así como las redes sociales, desempeñaron un rol fundamental en la decisión de dejar de la Unión Europea (UE). Periódicos con un importante número de lectores como The Sun, Daily Mirror, The Daily Telegraph y Sunday Times ayudaron a crear un entorno de empatía frente a la posibilidad de abandonar la UE. Como afirma un artículo de La Razón, si algunos de estos medios hubieran estado a favor de “permanecer”, el resultado de la consulta popular pudo ser distinto “porque las supuestas razones que se han argumentado para la salida del país de la UE, que estos medios han aireado, se han demostrado falsas o claramente tergiversadas” (Valle, 2016, párr.7). La firma Cambridge Analytica, por su parte, aceptó haber usado información de redes sociales como Facebook para promover publicidad a favor del Brexit e influir en las elecciones. Dentro de estas redes, además, se crean burbujas de opinión en donde los usuarios solo reciben la información de sus propios círculos, sin posibilidad de ver otras perspectivas (García, 2017).

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En conclusión, como sugiere Susan Strange (1994), la información, es decir, la facultad de saber o conocer algo está asociada al ejercicio del poder, ya sea para suscitar un movimiento político transnacional o para inclinar la balanza hacia un desenlace particular en una consulta popular nacional con repercusiones continentales.

Referencias

García Ribes, M. D. M. (2017). El uso de las redes sociales en política: El caso de Donald Trump. Bachelor thesis. Universitat Politècnica de València.

Haggard, S., & Simmons, B. A. (1987). Theories of international regimes. International organization 41(3), 491-517.

Howard, P., & Hussain, M. (2013). Democracy’s Fourth Wave? Digital Media and the Arab Spring. Oxford: Oxford University Press.

Lisle, D. (2009). How do we find out what’s going on in the world? In Edkins, J., & Zehfuss, M. Global Politics: An Introduction. London: Routledge.

Marthoz, J. P. (2006). Et maintenant, le monde en bref. Les médias et le nouveau désordre mondial. Paris: Éditions complexe.

Moravcsik, A. (2011). The New Liberalism. In Goodin, R. E., (2009). (ed). The Oxford Handbook of Political Science. Oxford: Oxford University Press.

Strange, S. (1994). States and Markets: 2nd E. New York: Continuum.

Valle, Á. (2016). El Brexit y los medios británicos. La Razón. https://www.larazon.es/opinion/tribuna/el-brexit-y-los-medios-britanicos-BL13094720/


Jessica Klötzli

Özlem Ince

Alexandra Pérez

Catalina Sánchez Montoya

Milena Sarralde

Matthieu Volet

beenhere

Publié en 2021

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